Pocas cosas hay más emocionantes que ponerse a ver al detalle la evolución de la humanidad y las herramientas que ésta ha tenido que crear para aprender a controlar el entorno; y una de ellas es el reloj.
Eso sí, no nos referimos al concepto de reloj que mantenemos a día de hoy y que podemos comprar en las relojerías y joyerías, sino más bien a los artilugios que durante las diversas épocas han ido apareciendo para controlar el tiempo. Y quien dice artilugios también dice el sol y la luna, que fueron quizá el primer “reloj”.
Así es, el mero hecho de calcular la hora dependiendo de la posición de los astros fue el primer sistema de control horario del que dispuso la humanidad. Y bueno, como os podréis imaginar no era muy preciso que digamos, pero también es cierto que en aquel entonces no había que despertarse a las 7 a.m., entrar al trabajo a las 8 a.m., comer el bocata a las 3 p.m. e ir de compras con la señora a las 6 p.m.; las tecnologías han ido surgiendo según eran necesarias. Y de ahí que en el siglo V a.c. los griegos dieran con los relojes de sol, conocidos en aquella época como gnomon. Podéis encontrar muchos ejemplos posteriores aún a día de hoy.
Pues bien, ¿qué pasó tras el reloj de sol? Pues que la cosa fue acelerándose, y para muestra un botón, ya que ahí tenéis los relojes de agua babilónicos -1.400 años a.c.-, que básicamente eran un jarro de agua con un agujero, y que dependiendo del volumen escapado se sabía la hora. Más tarde, en el siglo III llegarían los famosos relojes de arena; en el siglo XIII, en plena edad media, comenzaron a aparecer los grandes relojes mecánicos de las plazas y templos -ahí tenéis el Reloj de San Marcos, en Venecia-; y no sería hasta 1524 que se crearía el primer reloj de bolsillo. Los carillones llegarían en 1657, los cronómetros de bolsillo en pleno siglo XIX, el reloj de cuarzo en 1920, los digitales a mediados de los años 50 del pasado siglo, y más tarde llegarían los regulados mediante la informática y los atómicos; pero eso ya es harina de otro costal, ¿verdad?
