Hay dos cosas en esta vida que son seguras: la muerte y la calidad de la relojería suiza. Y a decir verdad semejante afirmación no es de extrañar, pues muchas son las firmas que desde hace más de 100 años llevan fabricando componentes de precisión y piezas de artesanía en Ginebra, en sus inmediaciones y también en otras regiones del país. Una industria que ya desde antaño puso a Suiza en el mapa y a sus relojes en las muñecas y bolsillos de los más adinerados del viejo continente.
Tissot, Corum, Ulysse Nardin, Longines o Hublot son firmas que no surgieron de la nada, pues a pesar de que algunas de estas casas lleve más de 100 años en el mercado, los orígenes van más allá. En el país alpino se llevan fabricando piezas de alta relojería desde que en la primera mitad del siglo XVI, y a raíz de la reforma calviniana, se prohibiera portar joyas; algo que dio al traste con la industria que hasta el momento controlaba la economía regional. De ahí que los orfebres tuvieran que innovar y pusieran el ojo en el mundo de la relojería, que por aquel entonces se centraba principalmente en la iglesia y las residencias de alta alcurnia.
Con el tiempo los inventos relacionados con el mundo de la relojería fueron saliendo de los pequeños talleres artesanales, y gracias a los grandes comerciantes alpinos y a su banca pudieron hacerse un renombre más allá de sus fronteras. Poco tardarían en aterrizar en las residencias de la aristocracia europea y en sacar líneas personalizadas para mandatarios, reyes y pudientes varios, haciéndose un hueco definitivo en el mercado del lujo. A día de hoy las firmas más reconocidas aún mantienen la esencia artesanal que antaño les dio fama, por lo que de querer un producto fiable, de calidad y con estilo, Ginebra será vuestra solución.